lunes, 16 de abril de 2018

Certezas

Hoy, pese a lo que pasa allá afuera, me pareció un día tranquilo. Casi no he mediado palabras con nadie. En la mañana me atrajo el paisaje que me cruza siempre que voy al trabajo; todo estaba radiante. Por propia iniciativa fui bañado por el sol, en el camino me pareció distinguir el canto de hasta cuatro pájaros distintos, tuve ganas de saber el nombre de las plantas que pasaban y envidié a las despreocupadas personas que creí ver a lo lejos. ¿Aprecié la rutina?, tal vez. Quizás sólo se me olvidó lo monótono de todo esto.

En el almuerzo, el paisaje era lo que menos me importaba. Estaba completamente ensimismado en mis banalidades. Sumergido en esa familiar sopa de pensamientos, tan profundos como ridículos puedan sonar si los verbalizara, siento que algo me toca el hombro. Giro la cabeza a la vez que mi rededor me inunda, un cuerpo se materializa a mi derecha, lo saludo —o imagino que lo hago— y, acto seguido, este de desvanece. Desaparece igual que la comida que estaba en mi plato.

Más tarde, ya no sabría decir dónde exactamente, seguía dándole vueltas a algunas trivialidades. Reparé por ejemplo que siempre he tratado de evitar tener certezas de cualquier cosa. Me da la sensación de que ellas son peligrosas, no me gustan. En particular, odio etiquetar. Etiquetar a las personas, las comidas, los deportes, los gustos, los colores, los animales, etc. con inflexibles adjetivos positivos o negativos es repulsivo. Sin embargo, aveces es inevitable, lo hago inconscientemente y me odio por eso. Pero etiquetar es una tontería, me dije, comparado con las cosas que realmente importan. El teléfono suena y me parece sensato contestar; una mecánica respuesta sale de mi boca, ahora no recuerdo ni quién fue el que llamó. Uso la Internet, aprovechando la interrupción. ¿O es ella la que se aprovechó de mí?, no se, no importa.

Hubo otras pocas interrupciones y a saber por qué, yo seguía con lo de las certezas. Admitía que tenía algunas y no supe cómo sentirme al respecto. No contento con eso, en mi divagación filosófica, estaba a punto de acoger a un par más en mi colección. Deprimente.

Hice una rápida revisión mental y mis pensamientos dieron un giro inesperado. Me dije que con certeza la política de mi país natal —sudamericano, del tercer mundo— apesta, que es (y lo será por un tiempo) una porquería, una mierda, una cagada, en fin, se entiende la idea. Pese a mis reservas del pasado, ahora esta idea me pareció tan natural, obvia, terrible y tristemente real que la acogí con el asco correspondiente. Luego, caprichos de mis divagaciones, se me reveló otra certeza. Siendo sinceros, la terminé de admitir, con tanta o mayor consternación que la anterior. Pero esta verdad es tan personal como ridícula, así que no la voy a escribir aquí. Dejar constancia de que la admití me parece suficiente. En medio de la conmoción me descubrí quemando mi mano izquierda con café. Una tontería más o menos usual, que por otro lado no llamó la atención de nadie.

Grito$^{(\color{blue}*)}$
Dibujo de $13,0\times20,0\,\text{cm}^{2}$ (24/10/2017)

Recuerdo que el café bastó para cerrar mi cuarto de las certezas y hacerme aterrizar en la nunca defraudadora cotidianidad. Ahora es el insomnio el que me abre la puerta y estoy nuevamente con mis contadas certezas, incluidas las dos nuevas del grupo. Esta un poco oscuro, escucho que hay alguien más junto a la puerta, pero no quiero voltear. Un extraño sentimiento, mezcla de terror y seguridad, me invade. Dudo, pero finalmente volteo. Al principio creo que es la vieja conocida Solitariedad, pero me equivoco. Desesperado, en medio de un grito, me abalanzo hacia la puerta que no cierra y veo de cerca su inexpresivo rostro. Impotente, tirado en el piso, con la espalda en la pared, me digo que habrá que tomar precauciones, prepararse, que tal vez no sea tan malo; porque a travez de la mezcla de lágrimas y sudor que enturbia mi visión, me percato de que Soledad se está instalando en el cuarto. O tal vez es que sólo ha regresando de un paseo y yo, ¡tonto!, acabo de notar, apenas ahora, que siempre ha estado aquí, que siempre va a estar.

$(\color{blue}*)$ Hecho con los estilógrafos (o rapidógrafos) de la última foto, de $\small 0,1$ y $\small 0,6$ $\small\text{mm}$ de trazo.

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$\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\small Hojas\;Rayadas$