martes, 21 de noviembre de 2017

Domingo

El amanecer se filtra a través de las rendijas de mi puerta. Tan familiar. Mi cuarto iluminado, los estantes, el escritorio, el cuadro colgado en la pared, el piso con sus rayaduras, las sandalias que ayer dejé tiradas en cualquier parte y los olores de todas las cosas, ya nada de eso me extraña. La rutina mata todo tipo de interés en las cosas. Mi estómago recibe el desayuno sin siquiera darle los buenos días y mi cuerpo se baña como si estuviera en una máquina de lavado automático.

Ya en el exterior soy consciente de que el día ha empezado. Pedaleo como si de caminar se tratase. Veo a la ciudad pasar, a la velocidad de las dos ruedas que me sostienen, y me dejo llevar. El viento acaricia mi rostro, los rayos del sol bañan mi espalda, mis piernas y se me antoja que aún hay personas que sonríen los domingos por la mañana. Soy un niño que se entusiasma con la simple idea de llegar a la cima de una montaña, el paisaje nunca deja de sorprenderme. Personas en mi camino. Bom dia, bom dia!, Tudo bem!, etc. y una sonrisa en mi rostro que nuca se desdibuja. Soy otra persona. Soy feliz.

Dejo la cumbre a donde me llevó el despreocupado chiquillo que se apodera de mí aveces. Voy a encontrarme con nadie en el punto de encuentro que sólo reconoce una persona, yo. Vueltas y vueltas, otra vez sobre dos ruedas, vueltas otra vez. Impaciencia. Resignación y ¡oh sorpresa! la casualidad me manda un compañero. El despreocupado chiquillo y su compañero suben, suben y suben. Intercambio de juguetes y subir, subir y subir. Meta cumplida y desafío aceptado.

Hora de descender, como si la vida dependiera de eso. Pedalear, acelerar. Más rápido, ¡más rápido! Hacer silbar al viento y pensar que volamos. Ahora todo es posible, la vida se resume en este instante, nada más tiene significado, nada más importa. Pedalear y sobrepasar todo. Amagar en una curva, en otra y en la otra. Nada nos detiene. Pero la realidad, irritada, toma la forma de un auto negro que está frente a mí. Lo veo más y más grande, freno, pero no puedo. En un segundo el paisaje deja de importarme, un sordo ruido que parece provenir de mi interior inunda todo lo que percibo. El mundo da vueltas y es duro. Mi cara contra el parabrisas, mi cuerpo contra el pavimento, la bicicleta raspándome el omóplato. Desculpe realidade!, desculpe! Dos niñas petrificadas en el interior del auto. Ella, la realidad, debe de ver el rostro de un asustado muchacho en mi cara y se compadece. Me ofrece ayuda, oigo voces, el mundo deja de moverse, pero todo es confuso. Me estrellé con la realidad y le dí un poco de lástima.

Fin del paseo. Extraña sensación de alivio, desconcierto, rabia y ¿alegría?, ¿euforia? El día aún no termina. Una amable abeja frita paga mi almuerzo. Le debo de haber dado mucha pena a la realidad, pienso. Otra vez solo, ni el compañero ni el despreocupado muchacho están más. Sonidos familiares por los pasillos, nadie a la vista. Introduzco las llaves en la cerradura, enciendo el computador y dejo al tiempo pasar.


Destrozado$^{(\color{blue}*)}$
Dibujo de $13,0\times20,0\text{cm}^{2}$ (14/10/2017)

¡Acompañado otra vez! El despreocupado muchacho embestido por la realidad, el que sonríe y saluda alegremente a todo el mundo no está. Soy sólo yo el que está contento, estoy feliz. A mi también me gusta el sonido de las tijeras, creo que ahora me gusta más. Quisiera detener el tiempo, quisiera prolongar este momento, quisiera que su cabello nunca se termine, que la vida se trate nada más que de esto y que ella me sea tan familiar como el amanecer. Pero el mágico momento se termina. Pierdo en las cartas, llegan las despedidas y nada me afecta, ya estoy de nuevo en casa.

Ceno sin cenar. La oscuridad, mi cama y mis pensamientos son los únicos que ahora me rodean. Realmente le debo de haber dado mucha pena a la realidad, pienso. Debió de compadecerse tanto luego del choque que acabó regalándome un momento precioso, inolvidable. Aún no lo se, pero este recuerdo será como un oasis en el desierto, como un tronco flotando en medio del mar. Lo recordaré siempre, cada vez con más nostalgia. Divago, divago, viene el sueño y un mar de lágrimas mezcladas con mucha felicidad lo acompañan, tanta felicidad que hiere. El día se termina, nada dura para siempre, especialmente el cabello, desgraciadamente el cabello también se termina.

$(\color{blue}*)$ Hecho con los estilógrafos (o rapidógrafos) de la última foto. Las graduaciones son de $0,6\;\mbox{mm}$ y $0,2\;\mbox{mm}$.

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$\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\small Hojas\;Rayadas$