Tres años. Una eternidad en estos tiempos. Fui ascendido hace cinco meses y la verdad es que no me va nada mal; creo que hasta podría llamar felicidad a lo que sentí al saber todas las cosas que podría hacer con el aumento. Bueno, aunque eso fue sólo al principio. Casi me da la sensación de estar saludando a la puerta que tengo en frente. Con su plaquita plateada de aluminio y sus letras negras, brillantes y elegantes diciendo: Antonio Saenz, Departamento de investigación comercial. Cinco meses y aún sigo leyendo la dichosa plaquita. Buenos días plaquita. Le doy la mano a la perilla de la puerta, entro en la oficina y saludo también al escritorio y a la silla que me acompañarán el resto del día. Nada mal, nada mal, si no fuera porque nunca quise dedicarme a la mercadotecnia y siempre odié la vida de oficinista. Nada mal.
A estas alturas de mi vida —la experiencia de un maduro hombre de 29 años no se cuestiona— creo que la vida es una farsa. O mejor dicho, lo que esperamos de ella es mentira. Pensar que tenemos que ser felices y que la felicidad se logra sólo cuando cumplimos nuestros sueños es como consumir diariamente un terrible veneno que nos deshumaniza, que nos hace vivir en una triste fantasía. Cuando nos damos cuenta, ya es inútil. Estamos hundidos en el fracaso, en la infelicidad. Y es que condicionar nuestra felicidad a cumplir nuestros sueños de juventud, es como tener la esperanza de que somos especiales, virtuosos, y que por eso llegaremos a ser felices. Absurdo. Las personas especiales son muy escasas —y, por cierto, no quiero decir que ser especial garantice la felicidad—, pensar que formamos parte de un selecto grupo con final feliz es tener la egocéntrica e inocente idea que nosotros seremos felices por sobre la inmensa mayoría de corrientes y fracasadas personas. Eso es espantoso.
Infancia$^{(\color{blue}*)}$ Dibujo de $21,0\times29,7\text{cm}^{2}$ (05/02/2017) |
Hace mucho tiempo que tengo la certeza de no ser especial. Una de las pocas cosas que me alegra saber. Una de las pocas cosas que, pese al paso del tiempo, aún me causa mucho dolor admitir. Estar por la noche, caminando tranquilamente a casa, viendo a las personas pasar mientras nos dejamos llevar por nuestros pensamientos es placentero. Pero no lo fue tanto hace cinco meses, luego de recibir la noticia de mi asenso. Hacía frío, pero eso no me molestaba. Una señora, su pequeña hija y yo esperábamos a que el semáforo cambiara a verde para poder cruzar la avenida. La pequeña traía puestos unos guantes de lana muy llamativos con los que se tapaba el rostro. Los segundos pasaban y mis pensamientos fueron arrastrados por esa montaña de cuentos con finales felices con los que amurallan nuestra infancia. Vacaciones por aquí, juergas por allá, llamar a Carmen unos de estos días para celebrar no estaría mal, el semáforo cambió de color y de pronto: ¡zas!. Fue como estrellar el cráneo contra una pared. En un suspiro, me recordé de niño, jugando tras una simple rueda, feliz; luego más grande, pensando que por sacar buenas notas en la escuela salvaría al mundo algún día; y después haciendo mis planes para el futuro, pensando que por el resto de mi vida haría lo que me apasionaba, lo que aún me apasiona y que no puedo hacer. Mi asenso, pensé, mis sueños, mis planes, ¡todo esto es una mierda! Jamás debieron convencerme, cuando niño, de que la vida es un cuento con final feliz.
Unas reconfortantes y frescas lágrimas, que el frío viento hacía que surcaran rápidamente mi rostro, no se hicieron esperar. Sentí su salado sabor cuando pasaron por mis labios y vi que la niña, que hace un momento se tapaba el rostro y ahora caminaba frente a mí, junto a su madre, la abrazaba y le decía que la quería. Fue lo último que pude ver con claridad, la ternura e inocencia con las que acariciaba a su madre. La mujer cargó y besó a su hija, y yo recordé que olvidé mi pañuelo en la oficina. Tuve que pasarme el antebrazo por toda la cara, como si fuera un parabrisas con la función de limpiar la lluvia de lágrimas que enturbiaba mi visión.
$(\color{blue}*)$ Hecho con bolígrafo negro sobre papel de dibujo blanco, de grano fino.
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