
25 de septiembre, una fecha especial —bueno, no realmente, pero empezar la entrada con aires de importancia me hace gracia—. Casi no recuerdo haber subido las escaleras, ni haber estado en el bus, ni haber metido los informes en el maletín. ¿Metí los informes al maletín?. He interiorizado toda la ceremonia desde despertar en la cama hasta llegar a mi jaula de trabajo y, como añadidura, ahora soy casi un experto repartiendo unos fríos e impersonales saludos matutinos: ¿Qué tal susana?, buen día, ¿cómo estuvo el aniversario de tu sobrina el fin de semana?; ay Antonio, no te imaginas lo aburrido que fue eso, aguantar a todas las demás tías de Lupe, ¡qué fastidio!, que tengas buen día. Hey Camilo, ¡buenas mañanas! ¿y esa cara?, ¿cómo van los Camilitos?, eres todo un padre de familia jaja; Ehh, ahh, sí Antonio, buen día, buen día, espero que tú en vez de mellizos algún día tengas trillizos u octillizos de una vez, un poco de justicia en el mundo no estaría mal. ¡Hey Toñito!, felices tres años en la empresa, todo un hombre de Marketing, hecho y derecho; ¿qué tal Pedro?, tú siempre tan al día con las fechas intrascendentes.