jueves, 3 de agosto de 2017

Destino y Esperanza, recuerdos de infancia

Hace frío. El amanecer ya no calienta la ciudad como antes. Ahora hasta él muestra su indiferencia. Pero eso no importa, la rutina se impone y he despertado, me he levantado, me he lavado los dientes y me he bañado. Un baño frío. Casi no recuerdo haber desayunado y ahora estoy sentado en el asiento de un anónimo bus que me lleva a mi destino ¿mi destino? ¡No! —me digo a mi mismo—, no estoy yendo a mi destino. Ni siquiera estoy sentado dentro de una metálica caja con ruedas, con las ventanas empañadas por la niebla. Niebla que aún no se ha ido, como si no se hubiera enterado de que ya es de día. Y es que pese a que mi cuerpo esté depositado en uno de estos asientos, pese a que mi frente se resbale en la ventana al ritmo de los baches, yo se que no estoy ahí.

La ciudad realmente está lejos. A una distancia tan grande que la palabra ciudad carece de significado para mí. Muchas cosas carecen de significado para mí; apenas tengo cuatro años. Sin embargo conozco la calidez de la espalda mi abuela. He aprendido a ser querido; o mejor dicho, aún no se lo que se siente no serlo. El sol brilla en lo alto del cielo, bloqueado a ratos por las gordas y esponjosas nubes que parecen saludarnos mientras avanzan, cómplices del viento. No termino de maravillarme por el brillo del pelo de mi querida abuela reflejando la luz del sol. Otro misterio que no acabo de entender. Pero eso no importa porque soy feliz. No soy consiente de ello, pero disfruto de todo lo que me rodea. El cabello de mi abuela, su olor, el sol obligándome a cerrar los ojos, las nubes que corren a salvarme y me permiten abrirlos, la hilera de eucaliptos que bordea nuestro camino. También hay vacas, ovejas y perros que se ven a la distancia. Disfruto de todo esto. Soy feliz.

Tengo la certeza de que mi abuela es la persona más fuerte del mundo, no se cuánto tiempo lleva cargándome, pero no la he sentido fatigada ni un solo instante. Me habla con cariño, escucho su voz, no se qué me está diciendo —no lo recuerdo—. Pero eso tampoco importa, porque de cuando en cuando veo el costado de su rostro voltearse y la más hermosa de las sonrisas me es entregada. Abrazo su cuello, le cuento cosas, le pregunto muchas más y creo que ella también es feliz.

No me he dado cuenta de cuándo es que tantas casas han aparecido de pronto a nuestro alrededor —nunca me daba cuenta del dramático cambio—. Al poco rato el viaje termina, ella desata el nudo del chal que le presionaba el pecho y yo me deslizo suavemente por su espalda, hasta que las puntas de mi pies tocan el suelo. Estiro los brazos, las piernas, me desperezo y con el calor de su espalda aún envolviéndome el pecho beso y abrazo a mi abuela. La ternura de la escena se materializa en una lágrima que conecta mi mejilla con el vidrio de la ventana.

—Haces caso de todo lo que te diga la señorita —Me dice ella—. Yo respondo, pero tampoco recuerdo qué cosa. Y es que su increíble sonrisa ahora está de frente y es tan grande y hermosa que no hay espacio para albergar más recuerdos de ese momento.

Destino$^{(\color{blue}*)}$
Dibujo de $21,0\times29,7\text{cm}^{2}$ (04/12/2016)

Ahora me encuentro a punto cruzar una enorme puerta donde estará mi señorita y más niños como yo, felices igual que yo —al menos eso es lo que creo—. Pero hoy, nuevamente, no he podido saludar a mi señorita, ni he podido asistir a la clase del "jardín de niños Santa Rosa". Hoy tampoco veré las caras de mis compañeros ni la de mi señorita. A través de la ventana, que ya se ha liberado de la escarcha matutina y en la que algunas lágrimas se han secado, veo a la avenida de siempre aparecer ente mis ojos, luego de que el bus doblara la esquina. Y, como siempre, ahí está el paradero en el que tengo que bajar. Mi destino. Camino dos cuadras en medio de la indiferente bulla de todos los días. El sol ya se deja ver en el cielo, pero sigo sintiendo frío. Las nubes son grises, indiferentes y tras cruzar la puerta que ahora tengo en frente no podré saludar a mi señorita, no podré ver a mis compañeros felices. ¿Cuándo es que cambió todo esto?, ¿cuando dejé de ser feliz?, ¿cuando dejé de viajar en la espalda de mi abuelita Esperanza? No lo recuerdo, no me he dado cuenta del dramático cambio.

$(\color{blue}*)$ Hecho con bolígrafo negro sobre papel de dibujo blanco, de grano fino.

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$\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\quad\small Hojas\;Rayadas$