jueves, 3 de agosto de 2017

Destino y Esperanza, recuerdos de infancia

Hace frío. El amanecer ya no calienta la ciudad como antes. Ahora hasta él muestra su indiferencia. Pero eso no importa, la rutina se impone y he despertado, me he levantado, me he lavado los dientes y me he bañado. Un baño frío. Casi no recuerdo haber desayunado y ahora estoy sentado en el asiento de un anónimo bus que me lleva a mi destino ¿mi destino? ¡No! —me digo a mi mismo—, no estoy yendo a mi destino. Ni siquiera estoy sentado dentro de una metálica caja con ruedas, con las ventanas empañadas por la niebla. Niebla que aún no se ha ido, como si no se hubiera enterado de que ya es de día. Y es que pese a que mi cuerpo esté depositado en uno de estos asientos, pese a que mi frente se resbale en la ventana al ritmo de los baches, yo se que no estoy ahí.